|
|
-  
 
1518. Viernes, 4 diciembre, 2009
Capítulo Milésimo quingentésimo decimoctavo: “Por la noche la gente que quiere meterse algo se va al retrete y la gente que quiere mear se va a la calle... en cambio por el día sucede justo lo contrario". (Cesar F. 25 años, diseñador de interiores) Una ruptura siempre es una situación desagradable en la que cualquier cosa que digas lo único que va a hacer es empeorar la situación. Usar la sinceridad no es una buena táctica. - “ Mira, no eres lo suficientemente bueno para mí, pienso que me merezco algo mejor, mucho mejor; además, desde hace un par de años estoy con otro, más guapo, más joven y que está más bueno que tú. Ahí te quedas”. Mal, muy mal. Este tipo de cosas duelen. La sinceridad duele. Es mejor dejar a alguien contándole una mentira, no sé, del tipo: “ cariño, de verdad, te quiero mucho, pero tengo que dejarte porque, jopé, la tienes demasiado grande”. ¡Eso sí anima! Por muy deprimido que te quedes, por muy destrozado que te deje, siempre te quedará ese punto de moral al que agarrarte para salir del abismo. Días de (presunto) descanso. Hasta el miércoles pues.
1517. Jueves, 3 diciembre, 2009
Capítulo Milésimo quingentésimo decimoséptimo: “Es una ley inexorable en la vida de los sexos, la acción anafrodisíaca de la costumbre” (Gregorio Marañon. 1887-1960; médico y escritor español) La maquinilla de afeitar y el rollo de papel de culo. Parece mentira que las dos únicas cosas con doble (y hasta con triple) capa que habitualmente manipulamos tengan unos usos tan distintos. Porque sería de tontos afeitarse con papel de culo... por más capas que tuviera. Pero anda que limpiarse con la maquinilla. ¡Ayyyyyy!
1516. Miércoles, 2 diciembre, 2009
Capítulo Milésimo quingentésimo decimosexto: “Las dos palabras más bonitas que te pueden decir no son “te quiero”, sino “es benigno” (Desmontando a Harry, 1997; Woody Allen) Al hilo de los comentarios ombligueros de ayer me ha surgido trabajo para esta mañana. Muy respetuosamente pienso escribir una carta a mis superiores en la que, acogiéndome a la libertad religiosa que me otorga la ley, pasaré a comunicarles mis nuevas condiciones laborales, condiciones que tendrán que cambiar sustancialmente después del paso de mi anterior situación -la de agnóstico convencido-, a la actual como ferviente seguidor de los monjes hesicastas y de sus sabias, cultas e inteligentes enseñanzas. Estos monjes, originarios de la antigua Grecia, practican la onfaloscopia. Sus reglas -que desde ahora yo tendré que cumplir a rajatabla y mis jefes tendrán que respetar de forma escrupulosa- no pueden ser más sencillas: un único precepto que impone una única técnica de oración -a realizar sólo cuando uno la necesite- consistente en la contemplación del propio ombligo y en la repetición de un nombre –el que uno a bien elija- al ritmo de la propia respiración. Una vez satisfecho tal estado contemplativo, de tiempo variable según las necesidades que tenga cada uno, el resto del día es de libre disposición a cargo -por supuesto- del Estado, que para eso tiene el deber de subvencionar a las organizaciones religiosas sean del tipo que sea. Y si encima resulta ser la verdadera, como evidentemente es el caso, pues con más motivo. Lo dicho. Si (como parece que se va a producir esta misma mañana) tengo un ataque místico onfalóscopico de no te menees y necesito meditar en mi misma soledad para encontrarme a mí mismo, no sólo van a tener que respetar mi libertad de culto sino, además, favorecerlo en todo lo que esté a su alcance, proporcionándome unas mínimas condiciones para poder desarrollar la espiritualidad que llevo dentro. Por cierto, voy a ver si me dejan una almohada, que echar una cabezadita en una mesa de madera -por muy pulida que esté- acaba cortándole los chakras a cualquiera. Y así no hay manera de cumplir unos mínimos prefectos onfaloscópicos.
1515. Martes, 1 diciembre, 2009
Capítulo Milésimo quingentésimo decimoquinto: “La tinta más pobre de color vale más que la mejor memoria”. (Proverbio sueco)Al final la verdad triunfa. Resulta que mis habituales problemas para venir al trabajo (a " trabajar" ya uno ni se lo plantea) no estaban causados –como siempre me habían hecho pensar- por ser un holgazán redomado y un vago sin remedio, no. Es que soy clinómano. Hola, me llamo Peluche y soy clinómano. Después de los correspondientes estudios clínicos, innumerables pruebas de laboratorio, búsqueda de posibles antecedentes y un detallado diagnostico diferencial con otras enfermedades que un servidor pudiera (o pudiese) padecer (entre ellas la kirstakosteoepsomanía, - tendencia a retorcerse constantemente el bigote-, la ganomanía, -obsesión por contraer matrimonio- o la ginecomanía, -deseo sexual insaciable por una mujer-) ya tengo un diagnóstico claro: padezco clinomania, enfermedad crónica caracterizada por un solo síntoma: la inclinación o afición exagerada a permanecer en la cama o en decúbito horizontal. Ahora a ser bueno y a cumplir escrupulosamente el correspondiente tratamiento que, como en todas las enfermedades de este tipo, será largo, muy largo, y de evolución muy, pero que muy lenta. Hasta la jubilación. Por lo menos.
|