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  516. Viernes, 1 Abril, 2005

 
Capítulo Quingentésimo decimosexto: "Pienso, luego soy soltera" (Rose Franken, 1895-1988, escritora estadounidense)

Uno, como persona "humana" normal que es, suda.

No es una cosa de esas exageradas pero mi litro diario no hay quien me lo quite.

Lo normal, vamos.

Y, como también es normal (aunque eso no tanto), uso desodorante para evitar las molestias que causa el tener a casi cuatro millones de glándulas sudoríparas, trabajando las 24 horas al día.

Claro que ando yo dudoso en semejante tema, si te pones el susodicho desodorante justo después de ducharte, algo que es lo habitual, resulta que empiezas a oler rápidamente al susodicho desodorante en vez de oler a cuerpo recién duchado.

Teniendo en cuenta que cuando uno come ciertas cosas, uno acaba oliendo a esas ciertas cosas (hay alimentos como el ajo o la sardina que hacen que el sudor huela, casualmente, a ajo o a sardinas, por ejemplo) siempre es mejor, en plan previsor, oler a "tulipán negro" que esperar a que el vecino sea capaz de saber lo que uno desayunó.

Pero la verdad es que me da a mí cierta rabia que tenga que durar tan poco el olor a cuerpo recién limpio.

Además, está el morbo del olor natural que, aunque sea al cabo de unas horas ( o "sobre todo" al cabo de unas horas) no deja de tener cierto "encanto" para según que cosas.

Todo este sermón de limpiezas y olores no es más que un preambulo para contar como antes, (ahora digo yo que ya no lo harán, aunque vaya usted a saber... ) en el barrio chino de Barcelona, algunas señoritas putas, un tanto desesperadas por falta de clientela, usaban un truco infalible: se humedecían el dedo con flujo vaginal y se lo pasaban por detrás de las orejas.

Más o menos como si se estuvieran poniendo unas gotitas de Chanel nº 5

Al fin y al cabo buscaban el mismo resultado que las señoras distinguidas que usan tan ilustre perfume.. aunque en ese caso lo hicieran sólo con ingredientes naturales.. y, desde luego, les saliera mucho más barato.

Hasta el lunes.